El concepto de guerra informática, guerra digital o ciberguerra hace referencia al desplazamiento de un conflicto, que toma el ciberespacio y las tecnologías de comunicación e información como campo de operaciones.
Richard Clarke, especialista en seguridad del gobierno estadounidense, define la guerra cibernética como el conjunto de acciones llevadas por un Estado para penetrar en los ordenadores o en las redes de otro país, con la finalidad de causar perjuicio o alteración.
Bruce Schneier, especialista en seguridad cibernética, afirma que muchas veces la definición de guerra cibernética no está bien aplicada, pues aún no se sabe cómo es una guerra en el espacio cibernético cuando estalla una guerra cibernética y se desconoce cómo se pone el espacio cibernético después de que termine esa guerra. Para la investigadora Gabriela Sandroni, la guerra cibernética se amolda de acuerdo con las características del espacio cibernético, tiene como actores principales los Estados y se caracteriza por sus motivos políticos.
También se podría definir como el conjunto de acciones que se realizan para producir alteraciones en la información y los sistemas del enemigo, a la vez que se protege la información contra los sistemas del atacante.
Se ha demostrado que actualmente en una guerra es más factible derrotar al enemigo atacando su infraestructura informática, que empleando cualquier otro tipo de ataque físico. Esta estrategia ha sido empleada en diversas situaciones, ya sea en ofensivas militares de un país contra otro, de un grupo armado en contra del gobierno, o simplemente ataques individuales de uno o varios hackers.
Es decir, que ahora las armas son los virus informáticos y programas especiales para anular la seguridad de los sistemas informáticos y los combatientes son los expertos en informática y telecomunicaciones. Generalmente, los blancos de los ataques son los sistemas financieros, bancarios y militares, aunque se han visto numerosos casos donde se ven afectados los sistemas de comunicación.
Durante los últimos años estos ataques han aumentado considerablemente en número y envergadura. Uno de los ataques más comunes es el envío de gran cantidad de llamadas simultáneas a un servidor, que exceden su capacidad de respuesta y logran paralizarlo; son los llamados ataques de denegación de servicio (DDoS).
Otro tipo de ataque, muy semejante al anterior, es el “envenenamiento de DNS”, que penetra en el servidor de los nombres de dominio para llevar al usuario hacia un servidor planeado por el hacker. Por ejemplo, es el caso de un grupo de hackers que desviaron un satélite militar británico, pidiendo por su restauración una gran suma de dinero.
Otra forma de realizar estos ataques es incapacitar el antivirus, dejando desprotegido el sistema; luego se envían gusanos mediante el correo electrónico o a través de archivos compartidos en la red.
Pero, en nuestra época, lo más peligroso consiste en la propagación de datos confidenciales a través de la red, ya que dicha información puede comprometer a la nación a que pertenece, y en muchas ocasiones esta se ve comprometida frente a dichos ataques, o también corre peligro de ser eliminada información vital. En este rango caben los ciberarsenales o virus que borran información y se propagan a través del correo electrónico.
También se da el caso de la propagación de información falsa mediante la web, acerca de cualquier tema específico. Esto podría traducirse en falsas especulaciones sobre las posibles causas de algún accidente, o la denuncia basada en falsas fallas a cualquier producto inmerso en la competencia, con el fin de desvirtuarlo y dañar las ventas de dicho producto.
La guerra informática puede presentar una multitud de amenazas hacia una nación. En el nivel más básico, los ciberataques pueden ser usados para apoyar la guerra tradicional. Por ejemplo, manipular el funcionamiento de las defensas aéreas por medios cibernéticos para facilitar un ataque aéreo. Aparte de estas amenazas “duras”, la guerra cibernética también puede contribuir a amenazas “blandas” como el espionaje y la propaganda. Eugene Kaspersky, fundador de Kaspersky Lab, equipara las armas cibernéticas a gran escala, como Flame y NetTraveler, que su empresa descubrió, a las armas biológicas, afirmando que en un mundo interconectado, tienen el potencial de ser igualmente destructivas.